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sábado, 30 de marzo de 2013

UN SIGNO DE LOS TIEMPOS: EXPLOSIONES Y SONIDOS INEXPLICABLES

Parece que existe toda una serie de fenómenos desconocidos, extraños, tales como; muerte de animales en masa, y sobretodo, luminarias, explosiones y ruidos que han proliferado en estos dos últimos años. Quizá exista explicación cientifica. Es posible. Desconozco el fenómeno, pues he tenido noticia de él recientemente. Pero también es posible que sea un signo del Cielo para avisarnos de que algo grave está por ocurrir. Es decir, quizá constituya uno de los muchos "signos de los tiempos" que deben de ocurrir cuando esos "tiempos" sean los últimos.

Ignoro si estos en verdad extraños, fenómenos, lo son. Pero hay otros como la crisis económica y social que no cesa, que para mí están mas claros. El que piense que vamos a salir de ésta crisis como de las otras, es un iluso. Ya deberíamos haber salido, si fuera una crisis normal, pero no lo es. Aunque de esto hablaré mas adelante.



viernes, 24 de agosto de 2012

LA DECADENCIA DEL OCCIDENTE CRISTIANO: CERTERO ANÁLISIS DEL PADRE FORTEA




Soy seguidor de la vida y obra de este gran sacerdote. Su blog es muy bueno, pero el post de hoy, me parece digno de la máxima difusión. Allá va sin ningún retoque.
1973, ése fue el año en que fueron construidas las Torres Gemelas. No es una década cualquiera. En esos años, el Imperio Americano alcanzó la cima de su poder. Esta afirmación requeriría de muchos matices, pero esencialmente fue así. Las Torres Gemelas señalan el cénit de esa Nueva Roma y su derrumbamiento marca su ocaso. Ellas indican el umbral del cénit y el umbral del ocaso. En ese sentido, esos dos edificios constituyen como un gran arco: un arco de la victoria primero. Y el hundimiento de ese arco después, constituye un símbolo obvio. Arco, columnas, torres, se vea como se vea, es difícil no entender el hecho como evento simbólico parte de una gran alegoría.

La caída de las torres de las águilas fue el pórtico de entrada a una nueva era: el hundimiento de Occidente. El prólogo de ese hundimiento se evidenció en la quiebra de varios estados europeos: Islandia, Irlanda, Grecia, España. Sí, no es una cuestión retórica, han quebrado verdaderamente. Si bien, por razones continentales, otros han sostenido al que ya no podía ni con todas sus fuerzas. Una y otra vez me viene la imagen de un hombre antes fuerte, caído sobre sus rodillas y cuyos brazos son sostenidos por otros.

La quiebra de los estados, tremendo prólogo de un círculo vicioso que no ha hecho más que empezar. Las fichas de dominó, colocadas en posición vertical, han temblado. Nadie cree que la calma de este agosto sea el anuncio de que el peligro ha pasado. Nadie. Es sólo una tregua, la calma antes de la tempestad. El sistema bancario se comportará como un gran dominó, con un movimiento serpentino, casi mecánico, predecible e imparable. Nos hallamos en la calma antes de la tempestad perfecta.

Después vendrán los desordenes sociales. Los disturbios nocturnos de Londres en el 2011 de Londres fueron un presagio. Madrid y sus indignados, también. Presagio de lo que será noticia diaria en Europa dentro de unos años. Ahora se habla de crisis todos los días. Dentro de unos años lo que veremos en nuestras pantallas de televisión serán los desórdenes. Para eso faltan todavía, años. Pero el círculo vicioso financiero ya ha comenzado su danza macabra. El agua entra en las bodegas. Falta para que se escore el barco de un continente, pero se escorará. Qué vaya a ocurrir en medio de ese caos, no lo veo claro.

Pero si tengo una visión tan poco optimista del asunto, es por lo que repetía Amparo Cuevas (la vidente de El Escorial) en su agonía: la Humanidad no puede seguir así, la Humanidad no puede seguir así.

No es que lo diga esa vidente, no es que lo diga la Virgen María en Fátima (la cual advirtió que la Segunda Guerra Mundial era un castigo por los pecados), es que lo dice la Palabra de Dios.

Se ha acumulado demasiado pecado. El cristianismo se hunde en Occidente, en todo Occidente. Lo que antes fue la Cristiandad, ahora abandona el Evangelio: no necesitan a Dios.

Muy bien, pues disfrutad de vuestra civilización que no necesita a al Creador. Disfrutad antes de que descienda la ira divina. La Virgen habló muy claro en Fátima, en Ezquioga (antes de la guerra civil), en El Escorial, en Akita (Japón) y en más lugares. Dios ha hablado, pero no se le ha escuchado. El Altísimo ahora también tiene sus profetas. Y todos los místicos del mundo, desde hace una generación, nos avisan a coro: se acerca un tiempo de purificación, una gran purificación

Los hombres pudieron haber cambiado de camino. Por el contrario, han duplicado y triplicado la medida de su iniquidad. Rezad el rosario cada día. Convertíos y creed en el Evangelio. Confesaos. Cambiad. El castigo no viene ya, quedan años, porque Nuestro Padre nos da tiempo. Pero Jesús, Nuestro Maestro, nos enseñó a mirar los signos de los tiempos. Y las nubes del horizonte son cada vez más oscuras, más densas, más amenazantes. Todo esto no es para mañana, pero sí para pasado mañana. Dicho de otro modo, aunque nadie (y menos que nadie yo) sabe ninguna fecha, es mi opinión que en los próximos cinco o siete años esas nubes ominosas se van a ir acercando. El proceso habrá sido tan lento, tan progresivo, que la tormenta, cuando llegue, no sorprenderá a nadie.

No estoy volcando aquí las revelaciones que alguien me haya comunicado, no. Estoy hablando de los signos de los tiempos. Por supuesto que os descubro mis pensamientos, presentándolos como una opinión personal. Insisto en que no recibo ni visiones, ni locuciones. Pero se ha acumulado ya demasiado pecado. Pronto dirá Dios: basta.
Nos hemos acostumbrado a nuestra propia iniquidad. Esta generación descubrirá la objetividad de las leyes del Altísimo.

miércoles, 11 de abril de 2012

LA PROFECÍA DE DON BOSCO



Don Bosco ha sido un santo excepcional, hasta en sus carismas. Su fama de milagrero era cosa pública, pero sus sueños le han dado fama perpetua. El más famoso, y no en vano, es el de las dos columnas. En él discurre el futuro de la Iglesia y del mundo de un modo plástico pero sorprendentemente acertado. Ahora dejo la sola lectura del famoso sueño –tomado del tomo 7 de sus Memorias Biográficas, páginas 169 y siguientes-. 

1. El sueño contado por don Bosco.


DON Bosco había prometido a los muchachos el 26 de mayo contarles algo bonito el último o el penúltimo día del mes. Y el 30 de mayo por la noche les refirió una parábola como él quiso llamarla.



«Os quiero contar un sueño. Es cierto que el que sueña no razona; con todo yo que os contaría a vosotros hasta mis pecados si no temiese que salieseis huyendo asustados, o que se cayese la casa, os lo voy a contar para vuestro bien espiritual. Este sueño lo tuve hace algunos días.



Figuraos que estáis conmigo a la orilla del mar, o mejor, sobre un escollo aislado, desde el cual no divisáis más tierra que la que tenéis debajo de los pies. En toda aquella superficie líquida se ve una multitud incontable de naves dispuestas en orden de batalla, cuyas proas terminan en un afilado espolón de hierro a modo de lanza que hiere y traspasa todo aquello contra lo cual llega a chocar. Dichas naves están armadas de cañones, cargadas de fusiles y de armas de diferentes clases; de material incendiario y también de libros, y se dirigen contra otra embarcación mucho más grande y más alta, intentando clavarle el espolón, incendiarla o al menos hacerle el mayor daño posible.



A esta majestuosa nave, provista de todo, hacen escolta numerosas navecillas que de ella reciben las órdenes, realizando las oportunas maniobras para defenderse de la flota enemiga. El viento le es adverso y la agitación del mar favorece a los enemigos.



En medio de la inmensidad del mar se levantan, sobre las olas, dos robustas columnas, muy altas, poco distantes la una de la otra. Sobre una de ellas campea la estatua de la Virgen Inmaculada, a cuyos pies se ve un amplio cartel con esta inscripción: Auxilium Christianorum. (Auxilio de los cristianos).



Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa, hay una Hostia de tamaño proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel con estas palabras: Salus credentium. (Salvación de los que creen).



El comandante supremo de la nave mayor, que es el Romano Pontífice, al apreciar el furor de los enemigos y la situación apurada en que se encuentran sus leales, piensa en convocar a su alrededor a los pilotos de las naves subalternas para celebrar consejo y decidir la conducta a seguir. Todos los pilotos suben a la nave capitana y se congregan alrededor del Papa. Celebran consejo; pero al comprobar que el viento arrecia cada vez más y que la tempestad es cada vez más violenta, son enviados a tomar nuevamente el mando de sus naves respectivas.



Restablecida por un momento la calma, el Papa reúne por segunda vez a los pilotos, mientras la nave capitana continúa su curso; pero la borrasca se torna nuevamente espantosa.



El Pontífice empuña el timón y todos sus esfuerzos van encaminados a dirigir la nave hacia el espacio existente entre aquellas dos columnas, de cuya parte superior penden numerosas áncoras y gruesas argollas unidas a robustas cadenas.



Las naves enemigas dispónense todas a asaltarla, haciendo lo posible por detener su marcha y por hundirla. Unas con los escritos, otras con los libros, con materiales incendiarios de los que cuentan gran abundancia, materiales que intentan arrojar a bordo; otras con los cañones, con los fusiles, con los espolones: el combate se torna cada vez más encarnizado. Las proas enemigas chocan contra ella violentamente, pero sus esfuerzos y su ímpetu resultan inútiles. En vano reanudan el ataque y gastan energías y municiones: la gigantesca nave prosigue segura y serena su camino.



A veces sucede que, por efecto de las acometidas de que se le hace objeto, muestra en sus flancos una larga y profunda hendidura; pero, apenas producido el daño, sopla un viento suave de las dos columnas y las vías de agua se cierran y las brechas desaparecen.



Disparan entre tanto los cañones de los asaltantes, y, al hacerlo, revientan, se rompen los fusiles, lo mismo que las demás armas y espolones. Muchas naves se abren y se hunden en el mar. Entonces, los enemigos, llenos de furor, comienzan a luchar empleando el arma corta, las manos, los puños, las injurias, las blasfemias, maldiciones, y así continúa el combate.



Cuando he aquí que el Papa cae herido gravemente. Inmediatamente los que le acompañan acuden a ayudarle y le sujetan. El Pontífice es herido por segunda vez, cae nuevamente y muere. Un grito de victoria y de alegría resuena entre los enemigos; sobre las cubiertas de sus naves reina un júbilo indecible.Pero apenas muerto el Pontífice, otro ocupa el puesto vacante. Los pilotos reunidos lo han elegido inmediatamente de suerte que la ((171)) noticia de la muerte del Papa llega con la de la elección de su sucesor. Los enemigos comienzan a desanimarse.



El nuevo Pontífice, venciendo y superando todos los obstáculos, guía la nave hacia las dos columnas, y, al llegar al espacio comprendido entre ambas, las amarra con una cadena que pende de la proa a una áncora de la columna de la Hostia; y con otra cadena que pende de la popa la sujeta de la parte opuesta a otra áncora colgada de la columna que sirve de pedestal a la Virgen Inmaculada.



Entonces se produce una gran confusión. Todas las naves que hasta aquel momento habían luchado contra la embarcación capitaneada por el Papa, se dan a la fuga, se dispersan, chocan entre sí y se destruyen mutuamente. Unas al hundirse procuran hundir a las demás. Otras navecillas, que han combatido valerosamente a las órdenes del Papa, son las primeras en llegar a las columnas donde quedan amarradas.



Otras naves, que por miedo al combate se habían retirado y se encuentran muy distantes, continúan observando prudentemente los acontecimientos, hasta que, al desaparecer en los abismos del mar los restos de las naves destruidas, bogan aceleradamente hacia las dos columnas, y allí permanecen tranquilas y serenas, en compañía de la nave capitana ocupada por el Papa. En el mar reina una calma absoluta.



Al llegar a este punto del relato, don Bosco preguntó a don Miguel Rúa:



-Qué piensas de esta narración?



Don Miguel Rúa contestó:



-Me parece que la nave del Papa es la Iglesia de la que es cabeza: las otras naves representan a los hombres y el mar al mundo. Los que defienden a la embarcación del Pontífice son los leales a la Santa Sede; los otros, sus enemigos, que con toda suerte de armas intentan aniquilarla. Las dos columnas salvadoras me parece que son la devoción a María Santísima y al Santísimo Sacramento de la Eucaristía.



Don Miguel Rúa no hizo referencia al Papa caído y muerto y don Bosco nada dijo tampoco sobre este particular. Solamente añadió:



-Has dicho bien. Solamente habría que corregir una expresión. Las naves de los enemigos son las persecuciones. Se preparan días difíciles para la Iglesia. Lo que hasta ahora ha sucedido es casi nada en comparación de lo que tiene que suceder. Los enemigos de la Iglesia están representados por las naves que intentan hundir la nave principal y aniquilarla si pudiesen. íSólo quedan dos medios para salvarse en medio de tanto desconcierto! Devoción a María. Frecuencia de sacramentos: comunión frecuente, empleando todos los recursos para practicarlos nosotros y para hacerlos practicar a los demás siempre y, en todo momento. ¡Buenas noches!».



2. Conjeturas de sus hijos.



Las conjeturas que hicieron los jóvenes sobre este sueño fueron muchísimas, especialmente, en lo referente al Papa; pero Don Bosco no añadió ninguna otra explicación.



Entre tanto los clérigos Boggero, Ruffino, Merlone y el señor César Chiala escribieron este sueño y conservamos sus manuscritos. Dos de ellos fueron escritos al día siguiente de la narración de don Bosco y los otros dos, más tarde; pero están perfectamente de acuerdo y solamente varían en algún detalle que uno omite y otro señala.



Aún así, hay que observar cómo en este caso y en otros semejantes, si bien lo expuesto por don Bosco fuese redactado enseguida con la mayor fidelidad posible, no obstante, podía escaparse alguna imperfección.



Un discurso de media hora de duración, y a veces de una hora, naturalmente debía quedar resumido en pocas páginas, y anotando las ideas principales y precisas. Alguna frase no había sido bien percibida por el oído, otra no se recordaba; la cabeza se cansaba, el orden de los hechos se confundía y, por consiguiente, más bien que hacer al azar una amplificación, se omitía aquello de lo que no se estaba cierto.



De ahí procedían algunas oscuridades en los temas, poco claros por su naturaleza en muchos puntos, particularmente cuando se referían a cosas futuras: de ahí las discusiones y explicaciones diversas y contradictorias. Y esto ocurrió también respecto al sueño o parábola por nosotros referida. Dijo alguno que los papas que se sucedieron en el gobierno de la nave fueron tres y no dos. De este parecer es el canónigo Juan María Bourlot, que fue párroco de Cambiano, el cual, siendo estudiante de filosofía en 1862, se hallaba presente cuando don Bosco contó el mencionado sueño. Vino éste al Oratorio el año 1886 y, hablando con don Bosco durante la comida sobre las impresiones de la juventud, después de afirmar que estaba seguro de la fidelidad de su memoria, empezó a describir el sueño de las dos columnas en medio del mar y afirmó que los papas caídos fueron dos. Que a la caída del primero, gritaron los pilotos: ´´-¡Démonos prisa! íHay que reemplazarlo pronto!´´ Y que a la caída del segundo, acudieron los pilotos, mas sin pronunciar esta frase.



Quien redacta estas memorias estaba distraído en aquel instante conversando con su vecino de mesa y don Bosco le dijo:


3. Una importante interpretación de don Bosco.


-Escucha y atiende a lo que dice Bourlot.



Aquél contestó que conocía bastante bien el hecho por los documentos que poseía, y que, según él, los papas de la nave eran solamente dos. Don Bosco le replicó:



-Te digo que no sabes nada.



En 1907 volvió el canónigo Bourlot por el Oratorio y repitió con exactitud, señal de su buena memoria, después de cuarenta y ocho años, la narración del sueño y sostuvo que el número de los papas eran tres, recordando nuestra respuesta a sus afirmaciones y las palabras que don Bosco nos dijo.



Con todo esto, cuál de las dos versiones es la legítima, la de la Crónica o la del canónigo Bourlot? Tal vez los acontecimientos den la solución de la duda. Debemos concluir diciendo que César Chiala con los otros, y son sus precisas palabras, lo entendió como una auténtica visión y profecía, aun cuando don Bosco no pareció tener más objeto al contarla, que inducir a los jóvenes a rezar por la Iglesia y por el Sumo Pontífice y atraerles a la devoción del Santísimo Sacramento y de María Inmaculada."



lunes, 9 de abril de 2012

LA CRISIS PROFETIZADA


“Vi en el interior de una iglesia hombres, niños, viejos: todos leían la Biblia, que explicaban clara y sabiamente. Pero yo leía mi Breviario Romano según mi costumbre; y los otros me preguntaron qué libro edificante era el que yo leía. Todos se asombraron mucho de que aún buscara mi alimento espiritual en este libro lleno de fórmulas largo tiempo anticuadas. Pero seguí con mi lectura, que me movió interiormente a decir: “la letra mata, sólo el espíritu da vida”. Entonces oí que me decían: “Ven, que quiero enseñarte el mundo”. Y fui por la ciudad con un hombre en profundo silencio.”
El párroco bávaro, Francisco de Sales Handwercher recogió en el poema “Mirada al futuro” la sucesión de visiones que durante 15 domingos le fue dado recibir en éxtasis. El poema, traducido por Sánchez de Toca en su obra “Profetas del bosque”, reflejaba en la visión del sexto domingo algo desconcertante para su tiempo: el mercado mundial. ¿Qué le fue dado ver? Lo que ahora, día a día, nos traen los medios: “la crisis económica llegará al colmo”.
Curiosa paradoja, ante la evidencia más que diaria de que las cosas se pueden torcer, la herejía del progreso ha impregnado la mente de todos, católicos y ateos, progresistas y conservadores. Nadie escapa al dios progreso, no el progreso social entendido al modo socialista –aquel del relativismo moral, la irreligiosidad, o el laicismo agresivo y militante- sino el eterno progreso de la economía, de la riqueza, del beneficio sobre el beneficio. Por ello lo que está pasando se entiende como un parón más en un repetitivo patrón lineal hacía el eterno crecimiento. Caprichoso crecimiento que exige, de vez en cuando, una crisis de la que se saldrá más fortalecidos, más ricos, más avanzados. Los jóvenes, que por lo general sienten más que razonan, evidencian una sensación sorprendente: ellos no vivirán la riqueza de sus mayores, su futuro será más sombrío.
Será cuestión de la ignorancia de esta juventud, tan pronta a los excesos autodestructivos como el alcohol o la droga -que llevan en sí el germen del nihilismo pesimista- lo que les hace percibir todo torcido. Será. O será que más del 40% de ellos no encuentran trabajo en este país ibérico tan lleno de si mismo, o que más de 700.000 ni estudian ni trabajan. Y es que sin ahondar en el porqué ya están percibiendo dificultades ingentes. Aunque alguno dirá que se les ha malacostumbrado, que son unos malcriados. Y todo ello, sin dejar de evidenciar esa verdad, pierde de vista otra más profunda que pocos han intuido y que Richard M. Weaver percibió con claridad:
“ Unas condiciones materiales espléndidas, por su misma incitación a la abundancia, invalidan el trabajo necesario para mantenerlas, como ha podido observarse incontables veces en los casos de individuos como de pueblos.”
Es decir, que nuestra juventud arrumbada evidencia que el progreso por el progreso es autodestructivo. Yno por la sola culpa de una educación perversa(legislativa y socialmente hablando) sino porque se ha quebrado la naturaleza real de las cosas:
la primera, que el hombre necesita un porqué que le trascienda –y el más lujo, más comodidad, más placer no sólo no le trasciende sino que le aprisiona, y quiere escapar de ahí entregándose a una felicidad rápida que no es más que encaminamiento hacia los caminos del infierno, tal como dice el Papa en su último y polémico libro-.
la segunda, que el progreso por el progreso se incardina en sociedades donde la nota dominante es, al decir de Weaver, la histeria del optimismo que se niega a aceptar la existencia de la tragedia. Y como no se acepta, no se quiere percibir el peligro, la situación real de la cosas abocadas al abismo. Uno se sienta embarcado en la vorágine del más sin reflexión ni cordura.
Algo grave hay cuando son ya muchas las voces que alertan de los siguientes escenarios previsibles a futuro y éstos no muy lejanos. Y voces del campo económico, lo que se antoja más serio. Los escenarios que vaticinan –de menor a mayor gravedad y llevados a sus lógicas consecuencias- serían estos:
- una Europa de dos velocidades, con dos euros. La Europa rica y la pobre. Huelgue responder dónde estaría Iberia.
- una guerra de divisas, como primer paso a guerras peores.
- una segunda gran Depresión, con el mismo final que la primera, otra guerra de alcance insospechado.
Pero es tal la herejía del eterno progreso económico que tales afirmaciones prefieren ni ser tenidas en cuenta. Qué ejemplo más paradigmático este próximo domingo en Cataluña, donde el sentido común debería penalizar a todos los partidos políticos causantes de la destrucción económica de esta tierra a lo largo de los años, de modo que debería ser no mayoritario, qué digo, sino absoluto el número de papeletas en blanco… Pero no, se seguirá votando como si no pasara nada. Pero pasa, y con ironía lo respondía, de nuevo, Weaver: “cuando el cambio se reduce al progreso, cada generación mide el que le corresponde, y nada puede ser objetivamente demostrado a través de la historia con tanta facilidad como el que algunas culturas han pasado de un estadio elevado de civilización a su desaparición.”
¿Qué le fue dado ver, entonces, al párroco bávaro en 1830? Lo que sigue:
“ El hombre me mostró su casa en una larga fila de casas, me condujo a su puerta y allí me dejó sólo. Para poder mirar a la calle me coloqué detrás de la puerta del jardín, que se abría para dentro. He aquí que se instaló un mercado con incontables mesas y puestos. Vi compradores y vendedores, hombres, mujeres, prenderos y judíos. Vi todas las frutas de este mundo, amontonadas en torres; vi comprar y vender productos de todos los países. Todo lo que sirve para vestidos, todo lo que es imagen artística, lo que es dulce y amable a los oídos, lo que es tierno y suave a los sentidos. En las mesas de los mercaderes encontré sólo lo que alegra el paladar: animales, aves, peces, raíces, hierbas, vinos.
Los quehaceres cotidianos de todos los humanos estaban en el mercado: afanes, cosas, conseguir ganancias, obtener mayores ganancias.”
Que familiar nos resulta todo esto: el coche mejor, la casa mayor y más cómoda, comprar para especular, la ganancia por la ganancia. Se objetará, ¿acaso es malo? De entrada los días presentes nos recuerdan que es autodestructivo: ¿se recuerda la crisis que Abadía describía como ninja? De modo que cuando todo el chiringuito se venga a bajo por el afán de lucro, ¿qué diremos? La verdad, que ha fallado el sistema porque ha fallado la realidad de las cosas: buscándose el paraíso en la tierra se ha querido vivir como dioses no sólo a costa de lo que no se tenía, o peor, de lo ajeno, sino de los ajenos.
A nuestro buen Francisco de Sales Handwercher  se le dio a entender que el problema era moral. Y así continuó con su narración:
“De repente vi una fiera salvaje bien armada de dientes y garras, un tigre indecente, negro y cruel, que caía entre la muchedumbre de naciones. Vi que la fiera mordía a miles de compradores y mercaderes, caídos y destrozados en medio de las apreturas del mercado. Temblando en lo más hondo de mi corazón vi enfurecerse la fiera. Y en esto vino el tigre resoplando contra mí.
Rabioso y bramando, el tigre amenazaba atraparme con sus dientes, empujando con las garras para abrir la puerta. De rodillas, procuré empujar la puerta para sujetarla y saqué enseguida el cuchillo para defenderme. Golpeé con el arma muchas veces la cabeza de la bestia; pero era como si diera en un casco aún más duro que el acero. Mi cuchillito no servía para herir un enemigo así, pero me salvaron las rodillas que sostenían la puerta. Por eso el tigre no pudo entrar en la casa a matarme y comerme como a los compradores del mercado.”
Cuenta el párroco cómo oye una voz que, desde la casa,  le llama, invitándole amablemente a entrar. El dueño de la casa le dirá, entonces:
Tu cuchillo no era útil para protegerte, mientras que estar profundamente de rodillas te sirvió mucho mejor para salvarte. El que utilice las armas que prepara según su propio criterio y con sus propias fuerzas nunca vencerá al enemigo. Satanás está siempre aullando por botín, pero sólo no podrá atacarte si te armas diligentemente en cuerpo y alma con la oración y el ayuno”.

martes, 27 de marzo de 2012

LAS PUERTAS DEL INFIERNO III




El 26 de abril de 1.978 se reunieron en la casa del editor Buonaventur Meyer seis sacerdotes y el psiquiatra Francés M.G. Mouret, director clínico del hospital psiquiátrico de Limoux (Francia). El motivo del encuentro era una sesión de exorcismopara un difícil caso de posesión que ni se resolvía ni evidenciaba pronto final. Tras aquello el Dr. Mouret, con largos años de experiencia clínica, declaró por escrito: “el caso presente no se trata de una esquizofrenia, ni de histeria, sí del control de una persona por una fuerza exterior, que la Iglesia católica llama Posesión”. La “víctima” era una piadosa madre de familia, que arrastraba desde su juventud –los 14 años- tan desconcertante cruz. Así describiría sus sufrimientos: “El miedo y la angustia estrangulaban mi garganta. Los latidos de mi corazón resonaban hasta el cuello. Me sentía asaltada de un terror inmenso que me impedía hasta hablar. La angustia y el terror me penetraban a tal punto que una hora parecía casi una eternidad.”

Las sesiones de exorcismo se alargaban sin notarse verdadera mejoría, y por ellas pasaron diversos sacerdotes, profesores, doctores. Los testimonios que dejaron escritos eran desconcertantes para una modernidad descreída: “de acuerdo con mi experiencia en estos asuntos, estoy convencido que, en el presente caso, se trata ciertamente de posesión y que las revelaciones hechas por los demonios por orden y coacción evidente de un poder superior, no impide que los demonios resistan continuamente a esa imposición”. Y es que a lo largo de las sesiones de exorcismo, bajo el evidente mandato de autoridad del exorcista –y por mandato directo del Cielo-,los demonios empezaron a revelar datos sorprendentes sobre su estrategia. Si el calvario de la víctima parecía no tener fin al menos se empezaba a intuir un sentido: “las revelaciones hechas por los demonios.”

Que tales revelaciones eran muy llamativas lo declara uno de los teólogos correctores del libro en el que el editor Meyer publicaría más tarde tales revelaciones:

“Después de una lectura crítica de la presente obra, después de oír algunas de las grabaciones, después de una visita a la mujer en cuestión, solo me resta declarar lo siguiente. Estoy absolutamente convencido de la autenticidad Divina de las revelaciones aquí publicadas. Yo y mi teología moderna, tenemos que rendirnos ante una humildad tan grande, como la que resaltan los textos”.

Evidentemente no quedaba ahí su sentido de fondo. Había una desconcertante elección expiatoria que así definiría la poseída: “Independientemente de esto, tenía la conciencia de que Dios quería que aceptase esos sufrimientos por la salvación de las almas. Me esforcé por aceptar todo.”

Si las revelaciones fueron muchas, éstas no se habían obtenido de manera fácil y sencilla. Lo explicaría el editor, testigo presencial de los exorcismos,:

Los demonios son forzados por el Cielo a hablar, contra su voluntad, sobre la Iglesia y sobre su situación actual, de tal modo que sus declaraciones contrarían a su reino y favorecen al Reino de Cristo. En su odio, los espíritus infernales evitan, en la mayor parte de las veces pronunciar el Nombre de María, La Bienaventurada, la Virgen y la Madre de Dios. Se refieren a la Virgen Santísima como: “Ella, la de arriba”. También no dicen: “María así lo quiere”, mas, “Ella lo quiere, “Ella nos fuerza”, “Ella nos manda a decir”. Del mismo modo rodean de diversas maneras, el nombre de Jesús y de la Santísima Trinidad. Muchas veces acompañan sus palabras con un gesto del dedo de la poseída, apuntando para arriba o para abajo. Cuando los demonios exigen oraciones, por ejemplo, cuando dicen que es necesario recitar una oración, las oraciones antes de hablar, es claro que este pedido no resulta de un deseo del infierno, mas del Cielo, que lo pide por medio de los demonios. Durante las revelaciones hechas por su boca, la poseída fue violentamente atormentada con dificultades al respirar, convulsiones, perturbaciones cardíacas y crisis de sofocación. De ahí el carácter muchas veces irregulares de las frases. Como estos exorcismos contrarían al infierno, los demonios se niegan muchas veces en continuar hablando. Además de eso, tienen objeciones diversas, rezongan, gritan, cambian. El cincuenta por ciento de estas partes fueron omitidas por cuestiones de brevedad y simplificación, mas, en su conjunto, la lucha fue mucho mas dura y prolongada de lo que el lector podrá imaginar.

Las revelaciones, junto con la somera descripción narrativa, impregnaban las páginas de evidencias de lo sobrenatural. Lo material se deshacía ante los ojos y uno podía percibir, masticar, la real existencia de un mundo sobrenatural escondido a los sentidos, pero que en aquellas sesiones de exorcismo se volvía cruelmente real. Y todo ello plagado de revelaciones provocativas para espíritus apocados:

“Solo la intervención del propio Dios, de aquel de allá arriba (apunta para arriba), puede todavía salvar a la Iglesia. La tenemos totalmente presa en nuestras redes. Corre el peligro de perecerLa situación es crítica. Está acorralada por los modernismos, por las ideas de los profesores, de los doctores, de los Padres que se creen más inteligentes que los otros. Solo la oración y la penitencia la pueden todavía juntar, mas son bien pocos los que la practican (respira profundamente y con dificultad).”

Entre sufrimientos y frases entrecortadas en un tono plagado de odio y frialdad, se iba revelando el alcance de la batalla espiritual que enfrentaba al infierno contra la Iglesia y sus fieles. Pero desgraciadamente se percibía frase a frase, que del alcance de esa batalla sólo era consciente el infiernoLa Iglesia despreciaba sus tesoros, despreciaba sus armas:

“¡El Santísimo Sacramento del Altar! Si supieran la bendición que guardan, las bendiciones que él hacía antiguamente, cuando era expuesto el Sagrario y el pueblo, delante de él, ¡se hacia oración reparadora! Y de gran eficacia contra los pecados. Todas esas cosas dejaron de existir y es por eso que también menos almas se salvan. No quiero continuar hablando, ¡no quiero hablar más!”

¿Era exagerado? Al menos era notorio el giro que había dado el mundo. Benedicto XVI lo calificaría como un “un mundo desacralizado y una época marcada por una preocupante cultura del vacío y del sinsentido”, cuya cura o remedio no estaba en el mismo mundo: “Un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza. Nadie ni nada responde del sufrimiento de los siglos. Nadie ni nada garantiza que el cinismo del poder –bajo cualquier seductor revestimiento ideológico que se presente– no siga mangoneando en el mundo.” (Spe Salvi, Benedicto XVI). La respuesta la tenía la Iglesia en sus riquezas espirituales:

 “Para construir una Europa ‘nueva’ hay que comenzar con las nuevas generaciones, ofreciéndoles la posibilidad de enlazar íntimamente las riquezas espirituales de la liturgia, de la meditación y de la lectio divina. En realidad, esta acción pastoral y formativa es hoy aún más necesaria por el bien de toda la familia humana.” (Benedicto XVI, mensaje a los Benedictinos)

Y eran estas riquezas las que no estaba cuidando la Iglesia por su propia culpa. Así lo reconocería el entonces cardenal Ratzinger en muchas ocasiones, una de ellas en el año 2000, en el jubileo de profesores de religión y catequistas:

“La liturgia (los sacramentos) no es un tema adjunto al de la predicación del Dios vivo, sino la concretización de nuestra relación con Dios. En este contexto desearía hacer una observación general sobre la cuestión litúrgica. Con frecuencia nuestro modo de celebrar la liturgia es demasiado racionalista. La liturgia se convierte en enseñanza, cuyo criterio es que la entiendan. Eso a menudo tiene como consecuencia la banalización del misterio, el predominio de nuestras palabras, la repetición de una serie de palabras que parecen más inteligibles y más gratas a la gente. Pero esto es un error no sólo teológico, sino también psicológico y pastoral. La ola de esoterismo, la difusión de técnicas asiáticas de distensión y de auto-vaciamiento muestran que en nuestras liturgias falta algo.

Precisamente en el mundo actual necesitamos el silencio, el misterio supraindividual, la belleza. La liturgia no es una invención del sacerdote celebrante o de un grupo de especialistas. La liturgia –el rito– se ha desarrollado en un proceso orgánico a lo largo de los siglos; encierra el fruto de la experiencia de fe de todas las generaciones. Aunque los participantes tal vez no comprendan todas sus fórmulas, perciben su significado profundo, la presencia del misterio, que trasciendo todas las palabras.”

¿Extrañaban entonces las revelaciones del infierno en esta misma línea? Mas bien constataban y evidenciaban un misterio: que en la dignidad de la Santa Misa la Iglesia tenía su fuerza, y contra esa fuerza había que volcar todo el odio y la perversión.

“Son incalculables las Gracias que se consiguen en el Santo Sacrificio de la Cruz, por cuya oferta, la Sangre de Cristo corre de nuevo. Nosotros, allá abajo (apunta para abajo) odiamos este sacrificio de la Misa, que es celebrado todos los días en muchas Iglesias. En muchas casas de Dios, no siempre es convenientemente celebrada. Antiguamente, era horrible para nosotros, cuando se celebraba el tradicional Sacrificio de la Misa. Efectivamente, era renovado el Sacrificio de Cristo en la Cruz que apaga los pecados y que consigue gracias extraordinarias para la salvación de las almas, que sin eso, se perderían por millares e irían a parar al infierno. Debo todavía agregar esto (suelta gemidos); no digo mas nada, no quiero decir nada más.”

Toda la reacción de la Iglesia pasaba por la santa Misa, de modo que desactivar la sacralidad de la Misa, de la Eucaristía, era el mejor y más rápido medio de desactivar la reacción de la Iglesia. ¿Extraña entonces el encono contra el Papa Benedicto XVI al publicar el Motu ProprioSummorum Pontificum”, o extraña acaso la falta de diligencia con que las conferencias episcopales cumplen los mandatos del Papa de traducir el pro multis de la consagraciónEs parte de la misma batalla que algunos en la Iglesia han decidido vivir desde el lado del enemigo.

LAS PUERTAS DEL INFIERNO II




Cuando la revista 30 giorni llevó a las imprentas su edición de junio de 2001, sabía que en breve estallaría una mina de polémica y notoriedad. Dos años antes la Santa Sede había publicado el nuevo Ritual de Exorcismos, y el más prestigioso y conocido exorcista de la Iglesia Romana llevaba meses denunciando tal “manual”. Era una sencilla entrevista. Las preguntas directas y concretas. Las respuestas, evidentemente, explosivas.

El entrevistado, don Gabriel Amorth, llevaba muchos años a cuestas lidiando con exorcismos. Por sus manos pasaban los casos más difíciles, muchos de ellos venían previamente de otros exorcistas (o de sacerdotes de a pie, -que los obispos eran reticentes a autorizar exorcismos en tantos casos-) y sus libros y entrevistas en la televisión eran betseller y éxitos de audiencia. Todo un filón para los medios era el padre Amorth. 30 giorni sabía lo que hacía y no perdía la oportunidad: preguntas claras para respuestas concretas. “Hay que ir a la polémica”. Y lo consiguieron.

Famosa fue la entrevista por la claridad con que denunciaba el padre Amorth. Denuncias que se elevaban desde los oscuros rincones de la demonología para sobrepasar los muros vaticanos y señalar directamente confabulaciones y orquestaciones curiales para lograr del nuevo Rito de Exorcismos algo inocuo e inofensivo. Para ilustrarlo narraría una de las anécdotas más sorprendentes:

Celebramos un convenio internacional de exorcistas, cerca de Roma, y pedimos que el Papa nos recibiera. Para no presionarlo, y evitar añadir otra audiencia a las muchas que ya tiene, simplemente, pedimos que se nos recibiera en audiencia pública, la del miércoles en la Plaza de San Pedro. Ni siquiera pedimos que nos nombrara en sus saludos personales. Hicimos la petición, en la manera en que lo ordenan los cánones, como recordará, perfectamente, Monseñor Paolo De Nicolo, de la Prefectura de la Casa Pontificia, quien recibió de buena gana nuestra petición. Sin embargo, el día antes de la audiencia, el propio Monseñor Nicolo nos dijo - con pena, esa es la verdad, por lo que estaba claro que la decisión no la había tomado él - que no asistiéramos a la audiencia, y que no habíamos sido admitidos. ¡Increíble: 150 exorcistas procedentes de los cinco continentes, sacerdotes nombrados por sus obispos de conformidad con las normas del derecho canónico, que exigen sacerdotes de oración, de ciencia y de buena reputación - es decir, de alguna forma, la flor y nata del clero-, sacerdotes que piden participar en una audiencia pública del Papa y se les echa a patadas!. Monseñor Nicolo me dijo: "Le prometo que, inmediatamente, le enviaré una carta explicando la situación". Han pasado cinco años y, todavía, estoy esperando esa carta. Desde luego, no fue Juan Pablo II quien nos excluyó. Pero el hecho de que a 150 sacerdotes se les prohíba participar en una audiencia pública del Papa en la Plaza de San Pedro, explica la clase de obstáculos a los que se enfrentan los exorcistas, aún dentro de su propia Iglesia, y hasta que punto, son mal vistos por un gran número de autoridades eclesiásticas.”

Sin embargo esto no era nada más que lo anecdótico, La denuncia más grave –desde su perspectiva profesional- estaba circunscrita al Nuevo Ritual: “los exorcistas, que tenemos que utilizarla, aprovechamos para señalar, una vez más, que no estamos de acuerdo con muchos puntos del nuevo Ritual. El texto latino sigue siendo el mismo en esta traducción. Un Ritual tan esperado, al final, se ha transformado en una farsa. Un increíble obstáculo que podría impedirnos actuar contra el demonio.”  Cierto que no todos los exorcistas opinaban igual, pero que la opinión del más reputado y prestigioso exorcista de la Iglesia fuera ésta era para no tomarlo a guasa.

Sin embargo la miga no estaba ahí –o no sólo estaba ahí-. El dedo acusador del padre Amorth era más largo de lo esperado: declaraba la estrategia de Satanás metiendo el dedo en llagas dolorosas.

Y es que si bien en estos tiempos de descreencia en el Maligno, la catequesis habitual más ortodoxa no había rechazado tal verdad de fe, si que había reducido el viejo aforismo de san Pedro “el demonio cual león rugiente esperando a quien devorar” a una caricatura de si mismo. Rugirá mucho, diría la catequesis al uso, pero como “perro encadenado” ya ha sido vencido por Cristo. De tal modo, que cual bálsamo de fierabrás, lo escatológico se había comido, como en un suspiro, la notoria realidad histórica y diaria.

El padre Amorth evidentemente asumía la sabiduría agustiniana del “perro encadenado”, cierto que actualizada a estos tiempos descreídos, pero partiendo de esa verdad y declarándola daba un paso más allá. Asumía el modus operandi al uso, tradicional diríamos, de Satanás: “Su estrategia es siempre la misma. Ya se lo he dicho, y él lo reconoce. Hace creer que el infierno no existe, que el pecado no existe, y que él es solamente una experiencia más que hay que vivir. Concupiscencia, éxito y poder, son las tres grandes pasiones en las que Satanás se fía.” Pero Gabriele Amorth iba un paso más allá. Y en un juego de claridad entrevistado y entrevistador dejaron correr ríos de polémica:

-  Padre Amorth, el satanismo se difunde cada vez más. En realidad, el nuevo Ritual hace difícil la práctica de los exorcismos. A los exorcistas se les impide que participen en una audiencia con el Papa en la Plaza de San Pedro. Dígame, sinceramente: ¿qué es lo que está pasando?

-  El humo de Satanás ha entrado a todas partes. ¡A todas partes! Quizá fuimos excluidos de la audiencia del Papa, porque tenían miedo de que tantos exorcistas consiguieran expulsar a las legiones de demonios que se han instalado en el Vaticano.

-  Está bromeando, ¿verdad?

-  Le podrá parecer una broma, pero yo creo que es verdad. No tengo ninguna duda de que el demonio tienta, sobre todo, a las autoridades de la Iglesia, así como a cualquier otra autoridad, en la política y la industria.
-  ¿Está diciendo, entonces, que en ésta, como en todas las guerras, Satanás quiere conquistar los altos mandos, para tomar prisioneros a los generales del adversario?

-  Es una estrategia victoriosa. Siempre se intenta ponerla en práctica. Sobre todo cuando las defensas del adversario son débiles. Satanás también lo intenta.

Había una estrategia maléfica que pasaba por controlar autoridades de mundo y de Iglesia. Había un proyecto. ¿Pero todo esto no era acaso retórica barata, charla de mercadillo? Al menos no quedaba en duda la gravedad de la denuncia elevada por el padre Amorth. Y es que no se señalaba sólo un modo de tentar, se indicaba un modo de operar, una estrategiaPero si su denuncia no bastaba, la realidad del siglo XX era elocuente por si misma. Demasiada sangre, demasiado terror en un solo siglo. ¿No había sido llamado acaso el siglo de las violencias? Tanto que la metáfora “del perro y la cadena” parecía despreciar burdamente los terribles sufrimientos infligidos a una doliente humanidad durante tantos decenios. Sufrimientos que, para escarnio de la modernidad ilustrada, no había tenido causa alguna en las guerras de religión, sino en la guerra contra la religión: ¿qué decir si no del nazismo o el comunismo? El alcance del mal no es que fuera casi inenarrable, es que había pretendido aniquilar toda libertad humana aniquilando previamente el alma. ¿No convenía entonces una profundización? Convenía, pero las lecturas históricas no iban más allá de categorías políticas, humanas.

El optimismo contemporáneo, desgraciadamente, estaba ciego para trascender lo histórico. Lo ocurrido a lo largo del siglo XX había sido reducido a la “locura humana”, como si todo perteneciera al hombre, y a un hombre ya pasado, porque el actual estaba escarmentado de tales errores. El padre Amorth alertaba contra ese optimismo: había una estrategia. Y Juan Pablo II constató la terrible victoria estratégica del maligno en el siglo XX.

“No me refiero ahora al mal cometido individualmente por los hombres movidos por objetivos o motivos personales. El del siglo XX no fue un mal en edición reducida, “artesanal”, por llamarlo así. Fue el mal en proporciones gigantescas, un mal que ha usado las estructuras estatales mismas para llevar a cabo su funesto cometido, un mal erigido en sistema.”

La estrategia descrita por el padre Amorth se evidenció en el siglo anterior de modo notorio, pero ¿había quedado circunscrita a aquellos años oscuros? ¿El éxito de tal estrategia no sería, acaso, replicable en el presente? El cardenal Ratzinger aprovechó su homilía previa al Cónclave que le eligió pontífice, para denunciar que esa estrategia seguía activa y que en estos tiempos actuales emergía un peligro nuevo: la dictadura del relativismo:

Cuántos vientos de doctrina falsos hemos conocido en estos últimos años, cuántas corrientes ideológicas, cuántas maneras de pensar. La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha estado agitada permanentemente, de un extremo al otro del mundo, del marxismo al liberalismo, incluso al libertinaje, del colectivismo al individualismo radical, del ateísmo a un vago misticismo religioso, del agnosticismo al sincretismo. (…) Mientras el relativismo, es decir, el dejarse llevar por cualquier viento de doctrina, aparece como el único atisbo que parece imperar en los tiempos actuales. Se va constituyendo en la actualidad, una dictadura del relativismo que no conoce nada como definitivo y que deja como única medida sólo el propio yo y la propia voluntad.

Pero este peligro actual ¿era una mera construcción del hombre? ¿No había algo más? Acaso todas las decisiones de los hombres, las “locuras humanas” causantes de tantas aberraciones y violencias, ¿no son decisiones del hombre? ¿Dónde queda esa estrategia, esa actuación perversa del padre de la mentira? Benedicto XVI no tendría reparo en señalarlo inequívocamente al hilo del comentario sobre Judas Iscariote.
“¿Por qué traicionó (Judas) a Jesús? La cuestión suscita varias hipótesis. Algunos recurren a la avidez por el dinero; otros ofrecen una explicación de carácter mesiánico: Judas habría quedado decepcionado al ver que Jesús no entraba en el programa de liberación político-militar de su propio país. En realidad, los textos evangélicos insisten en otro aspecto: Juan dice expresamente que "el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle" (Juan 13,2); del mismo modo, Lucas escribe: "Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los doce" (Lucas 22, 3). De este modo, se va más allá de las motivaciones históricas y se explica lo sucedido basándose en la responsabilidad personal de Judas, quien cedió miserablemente a una tentación del Maligno. (Audiencia de los miércoles, Benedicto XVI)

El padre del mal no era un artesano al uso, sino un estratega al que se le había dejado el terreno abierto.

LAS PUERTAS DEL INFIERNO I



La pederastia en la Iglesia cayó como un jarro de agua fría. Años de relativa paz en las iglesias se vieron conmovidos desde los cimientos ante la magnitud del escándalo. Entonces se vio como esta Iglesia nuestra corría como un pollo sin cabeza. “Esta Iglesia” salvo Benedicto XVI y unos pocos. No se sabía que hacer ni cómo. No era más que un síntoma, aún grave, de una Iglesia que llevaba años, décadas, dando palos de ciego.

Y es que el tsunami de la pederastia anegó a un funcionariado clerical que se encontró de golpe con que la marca “sacerdote” empezaba a estar mal vista. Los años de cómoda sequía parecía que llegaban a su fin. Irlanda fue un caso paradigmático, la fe del pueblo no quedó conmovida pero sí la confianza en la Iglesia. Algo grave se había quebrado. En el reciente viaje de Benedicto XVI a Inglaterra utilizaron esa “desconfianza” en la institución -que ya había fraguado en la gente de pie- para acosar con violencia y descaro a su persona. No parecía difícil cuando el común de la gente miraba con rencor una institución que había permitido tal escándalo. Que el Papa salió fortalecido de ese viaje es un hecho, y las terribles campañas de acoso y desprestigio, en las que sin falsear los datos se ponía el acento y el punto de mira sólo en los escándalos sacerdotales, parecieron entrar en barrena.

Atrás habían quedado maquinaciones orquestadas desde medios de comunicación –la siempre BBC detrás de todo- dónde lo más llamativo era que parte de esas campañas de acoso venían desde dentro de la misma Iglesia. No tuvieron pudor en hacerlo público Tornieri y Rodari con su último libro Atacco al Papa, pero ya antes Massimo Introvigne lo había declarado reiteradas veces, que el enemigo lo tenía la Iglesia dentro y no fuera. El mismo Papa lo reconocería para escándalo de tantos.

"El Señor ha dicho que la Iglesia sufrirá hasta el fin del mundo. Y esto lo vemos hoy de manera particular. Hoy las mayores persecuciones contra la Iglesia no vienen de fuera, sino de los pecados que están dentro de la propia Iglesia." (Encuentro con periodistas en el avión papal, camino de Lisboa, mayo 2010)

La mansedumbre del Papa (no encuentro otro calificativo) había desmontado una campaña y había licuado los rencores ocultos de la gente. Sólo faltaba volver a dar confianza a la gente. Pero como decía el secretario del Papa, haciéndose portavoz de una sensación de la Curia romana, el papaJuan Pablo II había abierto los corazones de la gente y Benedicto los estaba llenando.

¿Qué estaba pasando? La modernidad actual lo manifiesta sin ambages, que el grave problema del mundo y de la Iglesia es la ausencia de Dios. Ausencia de Dios que necesitaba ser llenada de materialismo, de secularización, de pérdida de sentido trascendente de la vida, deperversión de lo santo. Por ello gritó Pablo VI aquello del humo de Satanás ha entrado en la Iglesia. Lo decía el entonces cardenal Ratzinger con gran claridad:

“Después de este camino largo y difícil, hoy nos dice: el verdadero problema de nuestro tiempo es "la crisis de Dios", la ausencia de Dios, disfrazada de religiosidad vacía. La teología debe volver a ser realmente teo-logía, hablar de Dios y con Dios.

Metz tiene razón. Lo "único necesario" (unum necessarium) para el hombre es Dios. Todo cambia dependiendo de si Dios existe o no existe. Por desgracia, también nosotros, los cristianos, vivimos a menudo como si Dios no existiera (si Deus non daretur). Vivimos según el eslogan: Dios no existe y, si existe, no influye.

Esta había sido la gran mentira de Satanás, no ya que él no exista, sino que el Altísimo tampoco. Y la Iglesia había entrado en ese juego. Había dejado de hablar del enemigo, de las realidades eternas, del estrecho camino que lleva a tal premio, y una vez que el enemigo se silencia, ¿para qué vivir en estado de guerra sin enemigo a la vista? Lo lógico fue lo que pasó: el hedonismo arrasó la Iglesia. Y en ello la pederastia no era más que lógica consecuencia de una humanidad enferma de ausencia de Dios. Sin Dios todos los horrores eran posibles. Y sin Dios el enemigo tenía las puertas abiertas, porque él si que estaba en batalla. Él no duerme.
Al admitir categorías mundanas, poco a poco la Iglesia se mundanizó y, entre otras consecuencias, empezó a tener miedo de hacer público las intervenciones directas de Dios: lo sobrenatural quedó despreciado. Pero es que estas intervenciones no eran pocas, y  sus alertas no iban a la zaga. Una de las más claras vino de la mano de Monseñor Michelini, don Ottavio Michelini. Sus locuciones fueron publicadas con el nihil obstat correspondiente, pero desconocidas y silenciadas, la Iglesia despreciaba alertas nítidas y elocuentes.

Ayer te dije que era mi intención ampliar el diálogo sobre mi Iglesia y sobre hechos y cosas que tocan su vida; hoy te digo que uno de estos hechos que interesa mayormente a mi Iglesia, es la cruda realidad de sus más encarnizados enemigos.

Es una realidad evidente, claramente revelada, rica de tantísimas señales, confirmada por tantos y dolorosos testimonios y causa primera de todos los sufrimientos humanos, creída y terriblemente vivida por todos los Santos de todos los tiempos y por todos los elegidos, porque no se puede ser Santo, no se llega a ser elegido, si no es cribado y atribulado en el crisol de las potencias oscuras del Infierno. Ahora bien, hoy esta realidad no sólo es puesta en discusión, sino que es hasta negada por Pastores, Obispos y Sacerdotes, que con venenoso celo extienden la incredulidad.

Hijo mío, Yo, Verbo eterno de Dios, me propongo volver a afirmar solemnemente la existencia del "tenebroso reino de Satanás" y manifestarte, aunque brevemente, algunas cosas de la naturaleza de esta turbia realidad.

Pretendo además confirmarte una vez más que la finalidad del misterio de Mi Encarnación es sólo el de arrancar las almas al Infierno "eterno", creado para quien no ha querido y no quiere someterse a Dios, Uno y Trino, Alfa y Omega de todo y de todos.

He hablado de Infierno eterno, hijo, y así es, aunque la presunción humana en su ilimitada necedad tenga la absurda y ridícula pretensión de rehacer o corregir los eternos decretos de Dios. Las provocaciones de los hijos de las tinieblas en efecto han sido y son tales que la Omnipotencia del Padre habría ya severamente castigado a esta ingrata humanidad si hubiera faltado la intercesión de Mi Santísima Madre y las oraciones y penitencias de los justos.

He aquí una vez más confirmado lo que te he dicho en precedentes mensajes, publicados en el quinto libro y esto es, que toda la acción pastoral de mi Vicario en la tierra, de los Obispos y de los Sacerdotes trae origen de esta inmutable finalidad: arrancar las almas de las potencias oscuras del Infierno para conducirlas de nuevo a la Casa del Padre Celestial.

Hoy, hijo, la casi totalidad de los cristianos ignora a su más grande enemigo: Satanás y sus diabólicas legiones. Ignoran al que quiere su ruina eterna: ignoran la inmensidad del mal que Satanás les hace; en cuya comparación, las más grandes y graves desventuras humanas son una nada. Ignoran que se trata de la única cosa importante en la vida: la salvación de la propia alma.
Ante a esta trágica situación está la indiferencia, a veces la incredulidad de muchos sacerdotes míos. Está la inconsciencia de muchos otros que no se cuidan de su principal deber que es el de instruir a los fieles, de poner los al corriente del peligro de esta tremenda lucha que se combate desde los albores de la humanidad. No se preocupan de educar  a los fieles en el uso eficaz de los medios de defensa, numerosos y a disposición en Mi Iglesia. Tienen vergüenza hasta de solo hablar de ello, temen ser considerados como retrógradas; como ves se trata de verdadero y propio respeto humano.

Pero tú sabes, hijo mío,  que si en el ejército un oficial deserta de su puesto de responsabilidad es marcado con el título de traidor y la justicia humana lo persigue. ¿Qué decir entonces de lo que está ocurriendo en Mi Iglesia? ¿No es quizá la más trágica y terrible traición tendida a las almas, el dejarlas a expensas del Enemigo que quiere su perdición? 
 
Mi Vicario en la tierra, Pablo VI, no hace mucho tiempo ha dicho que en la Iglesia se están verificando hechos y acontecimientos que no se pueden humanamente explicar, sino con la intervención del Demonio.

Hijo, te he hablado de sombras que apagan el esplendor de Mi Iglesia: todo esto es más que una sombra.

Si hoy el Enemigo está más arrogante que nunca y domina sobre las personas, sobre las familias, sobre los pueblos, y sobre los gobiernos, en todas partes, ¡es natural!  Tiene el campo libre y casi sin oposición.
 
Cierto que para combatir a Satanás se necesita querer ser santos; para vencerlo eficazmente se necesitan penitencias, mortificaciones, oraciones. Pero ¿no es todo esto mi precepto para todos y en particular para mis consagrados? ¿Porqué no se hacen los exorcismos privadamente? Para esto no se necesitan particulares autorizaciones.

¡No, muchos sacerdotes míos no conocen su propia identidad! No saben quiénes son, no saben con qué potencia tan formidable han sido dotados. De esta ignorancia son culpables y responsables. Son exactamente igual que los oficiales de un ejército que desertan de sus puestos de responsabilidad,  haciéndose culpables del caos que de ahí se sigue.  (Locuciones de noviembre de 1978 y octubre de 1975)

Podrían parecer duras estas palabras, o más aún, desconectadas de la realidad actual. Y es que esta era la clave: la realidad material quedó desconectada de la realidad sobrenatural, pero más real ésta cuanto es eterna. Se había perdido la verdadera dimensión del problema. Pero la realidad estaba ahí, y sus frutos también.

La soberbia que nos induce a querer emanciparnos de Dios, a ser sólo nosotros mismos, sin necesidad del amor eterno y aspirando a ser los únicos artífices de nuestra vida. En esta rebelión contra la verdad, en este intento de hacernos dioses, nuestros propios creadores y jueces, nos hundimos y terminamos por autodestruirnos.” (Cardenal Ratzinger, Via Crucis, viernes santo 2005)